El paso del tiempo ha ido despertando en mi una extraña sensación ante la lectura de determinados cómics. Es una sensación desagradable. Es la sensación de que el autor del cómic se está aprovechando de la buena fe del lector para endorsarle un infumable mamotreto biográfico o semi-biográfico, frecuentemente auto exploratorio.

En muchas ocasiones parece tratarse de personas inmersas en crisis existenciales o materiales, totales o parciales. El autor no sabe a qué dedicarse, no tiene oficio, ni beneficio, está descubriendo su lugar en el mundo, la pareja le ha dejado, ha perdido su monótono trabajo, quiere continuar su dolce far niente lifestyle, lucha denodadamente por no integrarse en la maquinaria trituradora y opresiva del hombre común o quiere seguir dando rienda suelta a su infantilismo nerd, entre otras cosas.

Y ante esta angustia vital autores de todo pelaje parecen encontrar una solución hecha a medida en el cómic. Los tebeos son para ellos en parte terapeuta, en parte terapia, en parte asistente social. Deciden contar su particular visión del mundo, de su circunstancia, a través de una historieta. Lamentablemente he de decir que no he encontrado todavía ni uno de estos cómics que tenga el más mínimo atisbo de calidad. No basta con haber leído los manuales de Eisner y Scott McCloud, y que los editores crean haber encontrado en esos bioautores al próximo Crumb o el siguiente Hate.

En primer lugar porque el dibujo suele ser, cuando más, pobre. En la mayor parte de las ocasiones es nefasto y horripilante. El hecho de que la historieta como plataforma, su corriente underground y la teoría del arte moderno posibiliten una base conceptual que acepta el garabato mamarracho como un forma de arte legítima no quiere decir que todos nos traguemos el anzuelo. Lo que es malo, es malo. La falta de cuidado y dedicación al apartado gráfico, el llenar hojas con manchas y una total carencia de composición o intención es algo común y extendido en estas obras. Perversamente permanente y persistente.

En segundo lugar adolecen de una narrativa que tampoco pasa el corte. Sin lugar a dudas el más absurdo guión del peor Mortadelo y Filemón es infinitamente mejor que el mejor de todo este tipo de cómics.

La mayor parte de las veces se trata de una verborrea insustancial con ínfulas filosóficas que sólo puede servir de inspiración a otros diletantes con aspiraciones a engendrar algo similar. He acabado bellas artes y no encuentro curro ni a tiros. A ver si con un cómic consigo encontrarme a mí mismo, encontrar trabajo o al menos sirve de escaparate para que alguien me lo dé. O, quiero ser autor de cómic pero no consigo que nadie publique mis historietas porque dicen que carecen de interés. Voy a escribir una historia sobre las dificultades del autor de cómics joven y con carencia de talento a ver si suena la flauta.

Otras veces se trata de un Querido Diario de perversiones o rarezas, rotos para descosidos en el mejor de los casos. Relaciones de gastos, visitas, experiencias en un mundo en el que el autor es frecuentemente The Passenger de Iggy Pop. Llevado en alas del destino, observa estupefacto un mundo absurdo que no comprende. Mis padres quieren que encuentre trabajo pero no consigo que nada me entusiasme. Prefiero seguir jugando a los videojuegos en casa. Voy a retratar el mundo de los adultos, las presiones que recibo y la dificultad de incorporarme a la sociedad como un miembro más a ver si consigo retrasar el momento un poquito.

O un obseso tratando de hacer de su compulsión su fortaleza. Soy putero. Voy a ver si haciendo un cómic consigo ganarme la vida para poder seguir siendo un putero. Soy un coleccionista de cómics. A ver si hago una historia sobre el coleccionismo de cómics para poder seguir comprando cómics. Me encanta estar puesto. Me hago un cómic para contar todo lo que me meto y poder seguir costeándome mis fiestas.

Ninguno de ellos son malos conceptos en sí, pero todo lo que tienen de malo ocupa el tercer y último lugar de esta entrada. Nos toman por tontos. Se creen que los lectores nos lo tragamos todo o, como más, que tal vez den la campanada y encuentren un público adepto, o con suerte se conviertan en autores de culto dentro de unas décadas. Se piensan que nos nos damos cuenta de lo que exudan esos tebeos. El discurso, el dibujo, el conjunto muestra un profundo desprecio por el lector de cómic. Son el máximo exponente del pensamiento del «eso lo puede hacer cualquiera». Son ejercicios de egolatría exacerbada. No se escriben como fin, sino como medio. Y se les ve a la legua.

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